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Foto del escritorLiz Nataly Orozco

El día en que la música me dio clases sobre el ego y otros males




Debo admitir que, lo más sorprendente de trabajar en Etinar, es el cuidado preciso que se tiene acerca del ego.

 

A lo mejor puedes decir malas palabras, pero no puedes decir o hacer algo egocéntrico.

A lo mejor puedes estar de malas, pero no puedes destacar el “YO”.

A lo mejor puedas llegar tarde a la jornada laboral, pero no puedes, bajo ningún concepto, asumir el crédito en solitario de un trabajo en equipo.

 

Y esto no solo aplica a un cargo sino a toda la empresa—he trabajado en agencias de publicidad desde 2012 donde el ego se necesita para vender ideas y realmente esto hacía cortocircuito en mi cabeza—. Mientras que unas empresas pagan a medios para ser las más rankeadas, Etinar pide que todo se haga bajo un propósito.

 

¿Cómo que no voy a hablar de los éxitos de los miembros de la empresa? ¿Cómo que no voy a hablar del volado más grande de Sudamérica diseñado por el arquitecto Diego Guayasamin? ¿Cómo que no voy a hablar de que mi jefe es un ex ministro de obras públicas? ¡¿Cómo?! Ya mejor ni hablar de mi otro jefe y su negociación para la construcción del primer rascacielos de Ecuador, ¿verdad?

 

Y así estuve partiéndome la cabeza hasta que la música, precisamente, me lo explicó con manzanas, bueno más bien con historia. En noviembre pasado, en una improvisada tertulia con otros megafans de Paul McCartney mientras esperábamos con ansias su show en Bogotá, profundicé en algunos datos que me hicieron comprender esto del ego y

otros males.

 

En la industria musical, hay tanto ser humano virtuoso convertidos en la manifestación de los dones de Dios en la Tierra, pero solo unos pocos usan estos superpoderes con propósito. Y les va bien musical y económicamente hablando; otros, se pierden en medio del egocentrismo derivado de la fama que logran a partir de su talento, los rankings, los charts, los fans y la ausencia de un punto hacia dónde ir.

 

Etinar sabe a dónde ir, ya saben, lo de Mejorar La Calidad De Vida De Las Personas, lección del segundo día de trabajo.

 

A Paul McCartney no es necesario presentárselos; es un ex Beatle, pero, aun siendo un ex Beatle, autor de éxitos como “Imagine” y habiendo coescrito 32 sencillos que alcanzaron el número uno de la lista Billboard Hot 100—veinte de ellos fueron con los Beatles y siete con The Wings—no era el dueño de sus creaciones… Sí, un músico que no era el dueño de sus letras, ¿cómo es posible este suceso?

 

Paul llevaba AÑOS tratando de recuperar más de 200 canciones que escribió y coescribió en su época en los Beatles, derechos que perdió en los 70’s junto a Lennon.

 

En esos años, un McCartney treintañero, en su punto máximo de legendaria trayectoria y muy ex beatle, conoce a un muy joven y entusiasta Michael Jackson. Así, entablan una extraordinaria amistad que plasmaría un par de sencillos en conjunto: “The girl is mine” y “Say, say, say”.

 

En 1983, Jackson, que aún no llegaba al éxito mundial, pide un consejo financiero a un altivo y muy orgulloso McCartney. McCartney le explica cómo había ganado un poco de dinero adquiriendo las canciones de artistas de la talla de Al Johnson, Carl Perkins y Buddy Holly, convenciéndole que esto era una excelente idea de negocio (poco dinero, según él jeje). Pero, un soñador e intrépido Michael Jackson le respondió “algún día compraré tus canciones”. McCartney, muy escéptico, contestó: “Sí, ¡cómo no!”.

 

Un poco después de la muerte de John Lennon, la empresa que poseía los derechos de estas canciones hace una oferta de venta a McCartney por 40 millones de libras (algo así como 50 millones de dólares), oferta que Paul no podía pagar aun siendo un ex Beatle. Paul buscó a Yoko Ono, pero ella no estaba interesada, o tal vez no tenía ese dinero.  Michael Jackson, sin la venda del ego, empezó a adquirir materiales de otros artistas, e hizo lo que toda persona con sentido común haría en su lugar: seguir el consejo de un ex Beatle, obviamente. Un año después de esta conversación, Michael manifestó su interés de comprar este singular catálogo de canciones.

 

La empresa dueña de los derechos de las canciones hasta ese momento contactó a McCartney comentándole que Jackson ofrecía 46 millones de libras por todo, de un solo pago, sin cómodas cuotitas. ¡El negocio del año1985! Y es que claro, con el éxito de Thriller y We Are The World a nivel mundial, de seguro le sobró para comprar otras cosas más.

 

Michael varias veces le comentó a Paul: “Voy a comprar tus canciones” pero Paul seguía pensando que era broma (una subestimación en realidad) y respondía incrédulo “qué gracioso”—No lo digo yo, lo cuenta el mismísimo McCartney en varias entrevistas—. Y cuando Paul McCartney se dio cuenta de que no era una broma, donde ya no reía, sino que estallaba en enojo, intentó contactar a Michael, pero este ya no contestaba. Paul, derrotado, aceptó que no tenía tanto dinero para pagar su propio catálogo de canciones así que desistió de la compra.

 

Finalmente, Jackson pagó 47.5 millones de libras por las canciones de los Beatles, y de paso, unas de los Rolling Stones, de los Kinks y de Elvis Presley, ¡todo un empresario!

 

Años siguientes, Paul intentó negociar con M.J. sin éxito las cifras por regalías al interpretar dichas canciones en vivo, porque, cada vez que Paul tocaba las canciones de los Beatles en sus conciertos tenía que pagarle un valor a Michael Jackson.

En cada ocasión en que Paul preguntaba si podía obtener ganancias de estas creaciones, Jackson le contestaba “¡Oh, Paul! Son solo negocios”. Luego, solo se limitó a ignorar sus llamadas y cartas. Básicamente, la amistad se quebró y empezó la batalla de dos genios musicales, que, nunca se reconciliaron.

 

Y ya saben cómo terminó la historia. En 1995, Michael Jackson desesperado por pagar sus deudas derivadas de múltiples juicios que pusieron su reputación en tela de duda, terminó por vender el catálogo de canciones a Sony Music, empresa que tampoco quiso negociar con Paul McCartney (como dicen en Ecuador ¡qué man para salado!).

 

Pero, en 2018, gracias a una ley de derechos de autor firmada en Estados Unidos que indica que toda canción hecha antes de 1978 puede ser renegociada después de 56 años de ser creada, Paul pudo llegar a un acuerdo para recuperar sus canciones. Paul aprendió el sabio arte de la paciencia, y yo, una sabia moraleja de lo que puede causar el ego.

 

Ustedes dirán: “¡quién lo manda a engrandecerse y subestimar a un potencial talento!” Yo les diré, pues que, eso es el ego, algo que no tiene que ver en absoluto con la autoestima o el orgullo derivado de un buen trabajo.

 

Paul, por muchos años, dijo en muchas entrevistas la siguiente frase “Crees que alguien es tu amigo, y de repente, llega y te roba la misma alfombra en la que te sentabas con él”.

 

Error: crees que alguien es tu amigo hasta que subestima tus sueños. Es parte de ser amigo. Y aunque me duela admitirlo, Paul estaba cegado (Y Phil Collins lo detesta por no darle un autógrafo).

 

Mientras que Paul fue víctima de su propio ego y un excentricismo particular, Michael supo intuir las oportunidades y aprovecharlas; pero un espíritu joven sin una guía puede apagarse pronto, y Michael murió en el más absurdo de los ocasos, con una reputación dudosa, números rojos y víctima de otro excentricismo al extremo que hasta hoy, es discutido a

nivel mundial.

 

Paul, por suerte, supo envejecer aprendiendo de sus errores. A sus 83 años, su reputación es intachable, siendo su único escándalo hasta ahora el hecho de ser o no ser él mismo— sí, hay gente que piensa que el verdadero Paul McCartney murió en un accidente de tránsito a finales de los 70’s lo cual significaría que su doble es más talentoso que el original pues escribió “Hey Jude”—, y sigue llenando estadios en todo el mundo, haciendo que muchos como yo estén en buró de crédito por asistir a una prueba de sonido (este post habla del ego, no de mejorar las finanzas, quiero aclarar).

 

Y pues pensé que esta publicación iba a contarles cómo mi artista favorito llegó a la fama mundial gracias a dejar el ego a un lado, pero terminó exaltando a Michael Jackson. Lo que me lleva a contarles sobre la noche más grandiosa del pop: la noche en que 46 artistas, entre ellos Billy Joel, Bob Dylan, Bruce Springsteen y sí, también Michael Jackson, grabaron “We are the world”, canción que nació gracias a que muchas personas dejaron el ego

en la puerta.

 


Créditos: The Greatest Night in pop (Netflix)

Un 28 de enero de 1985, en el estudio de grabación A&M, la colaboración más popular del siglo 20 hizo su aparición. La regla del productor a cargo, Quincy Jones, era simple: “dejen el ego detrás de la puerta”.

 

Quincy Jones, como gran líder, sabía que los individualismos de cada superestrella iban a ser un verdadero dolor de cabeza, pero su regla funcionó: un Bob Dylan, dueño de una voz muy grave, guardó silencio siguiendo la melodía con su cabeza mientras que las voces de sus compañeros llegaban a notas altas a las que él no podía; un Stevie Wonder bromeó con sus pares para hacer más llevadera la carga de una mala noche; Tina Turner se la pasó riendo con Diana Ross. Una noche donde el propósito se impuso al ego; el propósito era ayudar de alguna forma a África y colaborar a la erradicación de la hambruna en Etiopía.

 

Pero no todo fue risas esa noche: un Michael Jackson perfeccionista con los coros, una Cindy Lauper estresada que quería dejar la sala, un Stevie Wonder autoritario queriendo cambiar la composición inicial, un Springsteen sin voz a causa de su gira, un Lionel Richie casi durmiéndose, un Huey Lewis nervioso porque le tocaba cantar después de Michael Jackson. Pero todos tuvieron un guía que les recordaba el propósito, el gran maestro Quincy Jones, que se convirtió en la única persona capaz de manejar tantos egos

sin que desbordaran.

 

El documental “Greatest Night in Pop” disponible en Netflix cuenta cómo 46 artistas hicieron una grabación en una sola noche y cómo el caos provocado por tantos egos reunidos en una sala se convirtió en magia.



Créditos: USA for Africa

Y, ¿qué tiene que ver esto con Etinar? Bueno, que cada día que voy a la oficina, me siento como Cindy Lauper lanzando unos coritos con Kenny Rogers. Cada día, hay más de 200 personas dejando el ego en la puerta de entrada de nuestro lugar de trabajo: Mi jefe ex ministro de obras públicas de un país, mi compañero ex director de obras públicas de un municipio, una gerente de talento humano que ha manejado banca durante 20 años, mi otro jefe gerente que ha llevado a Etinar a construir un rascacielos, un ingeniero eléctrico a cargo de un rascacielos, un street artist jefe inmediato a cargo de marketing, una diseñadora gráfica de la marca Esprit, y puedo seguir horas hablando de las increíbles hojas de vida de mis compañeros de trabajo, incluso de la mía, pero eso sería ego; pues lo que importa de la puerta hacia dentro es lo que hacen todos estos talentos como la superbanda ETINAR y de cómo ejecutamos el propósito, porque el individualismo no sirve si no llegamos al propósito.

 

Y ahora tiene sentido de que nuestro jefe nos recuerde el propósito hasta el hastío, a quien llamaré Guillermo Quincy Jones Jouvin. Porque quizás no erradiquemos la hambruna en Etiopía, la superbanda USA FOR AFRICA tampoco lo logró del todo, pero cada día que vamos a trabajar y unimos nuestros supertalentos, mejoramos la calidad de vida de unas 200 familias aproximadamente sumadas a las familias de nuestros compañeros de obra, de los residentes, de los clientes, de los dueños de las casas que construimos, de los inversionistas; y eso si lo piensan, es bastante para Ecuador.

 

Ah, ¿y saben quién no estuvo en el recording de We Are The World? Exacto, un ex Beatle llamado Paul McCartney…

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