Casi toda mi vida he sido muy curioso con respecto al comportamiento humano. Sus motivaciones, emociones, habilidades y miedos. Así como su ego, humildad y aires de grandeza. Con el pasar del tiempo, también me he encantado por las razones por las cuales existen las tendencias y las modas. Y siempre, he tratado de entender porque la gente toma las decisiones que toma.
Me gusta la economía, el marketing, la administración, la organización de personas y las predicciones de negocios porque tienen mucho que ver con ese comportamiento humano que tanto me fascina.
Luego de muchos años de trabajo y estudios en lo que me especializo como administrador de empresas, finanzas, construcción, ventas, proyectos inmobiliarios y bienes raíces, comencé también, a hacer diversas lecturas sobre temas variados. Entre esos, psicología, pensamientos estratégicos, pensamiento lateral y lineal, libros sobre meditación, mejora personal, ente otros, y fui descubriendo un maravilloso mundo que reside dentro de cada uno de nosotros: LA MENTE.
Este es como un organismo con vida propia que se encarga de percibir lo que observamos, oímos, olemos, comemos y tocamos sin necesidad de que le digamos qué hacer. Luego se encarga de generar lo que sentimos con esos sentidos. Después se hace cargo de calibrar nuestros sentimientos, emociones y temperamento. Y finalmente, desarrolla nuestros pensamientos para juzgar y evaluar lo que sentimos, percibimos e, incluso, pensamos.
La mente es la generadora de pensamientos. Y, los pensamientos son nuestra principal fuente de energía. Sin ellos, no podemos motivarnos para hacer lo que hacemos; o, tener miedo para dejarlo de hacer. La mente funciona como nuestra principal consejera; pero, también como nuestra mayor enemiga. Todo depende de cómo logremos controlar a la fuente que nos controla.
Pero la mente es producto de una evolución que viene desde hace millones de años en nuestro proceso de formación de vida que comenzó desde una primera célula hasta llegar a convertirnos en seres humanos. Solo podemos saber, con algo de certeza, cómo piensan los humanos porque nos comunicamos en un lenguaje relativamente parecido. Hemos sido capaces de comprender, transferir conocimiento y crear culturas, sociedades, civilizaciones, y tener grandes avances en ciencia, medicina e infraestructura que mejoran nuestra esperanza y calidad de vida. De los animales y plantas solo por observación y experimentos podemos aprender; aunque muchas veces, es más fácil entenderlos que entendernos a nosotros mismos.
Desde que se formó el primer ser animal, se crea el cerebro reptiliano. Ese que es solo capaz de encargarse de los instintos de supervivencia, deseos y miedos. Lo más básico del cerebro que aún poseemos. Luego se desarrolla el cerebro mamífero. También conocido como el sistema límbico. Este evoluciona para desarrollar sentimientos, emociones y sensaciones. Ahí se crea la amígdala, que es una pequeña parte del cerebro que regula nuestro comportamiento como un mecanismo de defensa. Y finalmente, el cerebro primate que logra aprender, recordar y controlar. En esta parte, el ser humano se vuelve más razonable.
Y, es la razón la que nos hace evolucionar y despegarnos del resto de la especie animal y vegetal para reinar en el mundo terrestre. Pero, curiosamente, es el exceso de la misma razón la que nos hace ver que en realidad no sabemos nada. Y es aquí cuando nace la filosofía, las religiones y la búsqueda de algo que a muchos les cuesta entender y encontrar: la felicidad.
Y entonces, volvemos a la mente. Esa energía mezclada con la materia del cerebro que por medio de la sinapsis que hacen nuestras neuronas, desarrollan el aprendizaje, la inteligencia y la capacidad de crear y asociar ideas. Y cuanto más avanzamos, en muchos casos, es cuando más retrocedemos.
Los seres humanos buscamos seguridad y amor. Tenemos deseos y aversión. Queremos felicidad y paz. Y a partir de esos conceptos, se han desarrollado técnicas para entender estos comportamientos, necesidades y excentricidades de las personas. Y estas demandas son atendidas por medio de productos o servicios. Aquí es donde los seres humanos podemos ser útiles o ruines ante la sociedad. Los que buscan construir y los que quieren destruir. Y aquí es donde podemos satisfacer esas necesidades o lujos ofreciendo algo que sirva a la gente y mejore su calidad de vida.
Sin embargo, son los valores los que definen a las personas. Aquellos que trascienden son quienes atienden las necesidades de otros por sobre las de sí mismos. Los que cumplen con la recta intención, el recto pensamiento, la recta palabra y la recta acción, son los que más felices logran vivir sus vidas. Es decir, ofreciendo productos y servicios con honestidad y buena fe. Trabajando con esfuerzo, dedicación y compromiso. Entregando nuestras mayores habilidades y talentos al servicio de los demás. Y eso nos genera réditos acordes a nuestra situación, condición y nivel de riesgo en cada decisión.
Y todo está en la mente. Nada más. La forma en la que pensamos es la forma en la que vivimos. La forma en la que pensamos es la forma en la que actuamos. La forma en la que pensamos es la forma en la que nos entregamos. Y así es la manera en la que encontramos la felicidad y paz interior.
Si conocemos nuestra mente podremos vivir felices. Si conocemos la mente de los demás podremos satisfacer sus necesidades. Si entendemos la mente colectiva crearemos nuestro mercado. Así agregamos valor. Así se genera riqueza. Así se desarrolla el bienestar.
Guillermo Jouvin Arosemena
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