Es un hecho que el mundo ha girado bajo el tutelaje financiero del capitalismo y el neoliberalismo en los últimos cincuenta años.
Esta circunstancia ha ocasionado un serio desequilibrio en la posesión de la riqueza. En los países desarrollados y subdesarrollados, el capital está en manos de una élite que ha ignorado la responsabilidad social en los negocios. El poder económico de las élites ha incidido en la vida política de las naciones; y bajo determinadas circunstancias se ha utilizado el poder político para imponer gobernantes que responden a mantener el sistema.
El resultado es la insatisfacción de necesidades básicas de la población más pobre; sin acceso a salud y educación gratuita y de calidad; de vivienda básica, empleo digno, etc.
El caso de países desarrollados es diferente; el periodo de “sacrificio” de la población más pobre ha sido superado por la abundancia de capital, y la formación de una clase media que ha incursionado con mucha determinación en la vida política de esos países.
La izquierda política, los movimientos radicales, los comunistas, los anarquistas y las élites intelectuales han logrado interpretar con mucha claridad la ausencia de sensibilidad social del empresario latinoamericano; la falta de atención en servicios básicos del 50% o más de la población más pobre de nuestros países ha originado un discurso muy sencillo: hoy no tienes nada que perder; en un régimen socialista vas a tener salud y educación gratuita como en Cuba; vas a ganar un salario básico que te permite alimentarte, vas a tener acceso a vivienda fiscal, vas a tener transporte gratuito, y el capital en manos de los poderosos lo repartiremos al pueblo; los medios de producción los captará el Estado para beneficio de los trabajadores y nunca más existirá explotación laboral.
La pregunta es: ¿vale la pena apostar a una nueva vida sin sacrificar lo básico? Muy tarde se entenderá que la pérdida de libertad es más valiosa que todos los servicios que puedan ser cubiertas por el nuevo régimen.
La respuesta siempre es la misma: migración de la clase media, de las élites económicas, de los políticos que han medrado del Estado, y de cierta burocracia que prefiere aprovechar su formación académica para buscar nuevos horizontes.
El capital jamás se distribuye; lo capta el partido político dominante y lo administra una nueva élite que desarma el sistema y sus instituciones, que reprime la oposición, que calla la libre expresión, que capta todos los poderes del Estado y que finalmente vacía las arcas fiscales en un proceso de corrupción que desestabiliza la Nación. El resultado lo vemos en Venezuela; Cuba ha sobrevivido aceptablemente bien por la voluntad de un pueblo que acogió la palabra de su líder e ignoró por muchos años la importancia de vivir en libertad.
Es paradójico que el capital también se acumula en pocas manos en los regímenes totalitarios; y ahí es donde surgen varios interrogantes comparando sociedades que han vivido bajo regímenes socialistas y capitalistas: si sumamos la cantidad de intelectuales, científicos, médicos, físicos, literatos que han ganado premios Nobel de países occidentales es casi veinte veces más que en países socialistas. En gran medida, el capital en manos de las grandes empresas ha originado mayor tecnología que en manos del Estado; lo
mismo en el campo de la literatura, la libertad permite transportarse con mayor claridad en la interpretación y el análisis de una sociedad.
La riqueza en pocas manos de los países capitalistas ha producido mayor desarrollo, mayor tecnología, mayor productividad. Lo único que impone el sentido común es tener un Estado fuerte, poderoso, honesto, eficiente y sensible para saber administrar el capital y equilibrar la dotación de servicios que permitan al 100% de la población acceso a educación, salud, vivienda digna y empleo. Si es posible.
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